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Voluntad y buenos propósitos
«La voluntad es más importante que la inteligencia. La vida, con todos sus exámenes, va dando cuenta de si hemos sabido educarla para sacar de nosotros lo mejor que llevamos dentro; la voluntad es, en definitiva, una facultad psicológica que nos mueve a hacer algo. En un lenguaje más operativo diríamos que es una disposición interior para llevar algo a cabo, anticipando las posibles consecuencias, algo más que recurrente siempre en los primeros días de un nuevo año. La voluntad es, junto a la razón, la facultad más propia del ser humano. Cada individuo es una promesa. Para un niño, un adolescente o un joven, educar la voluntad significa de entrada la negación del instante inmediato y el esfuerzo por no satisfacer lo que está ahí, sino apuntar hacia el futuro. Lo inmediato es superado y rebasado por lo mediato, por lo lejano. El ser humano está siempre en marcha, persiguiendo realizarse a sí mismo. Hay una distinción que se encuentra en el pensamiento clásico, entre desear y querer. Desear significa pretender algo, pero desde el punto de vista afectivo, sentimental: es como una ráfaga que se enciende en nuestros escenarios mentales y que pasa casi sin dejar rastro. Desearía ser más estudioso, más ordenado, aprovechar mejor el tiempo, mejorar mi carácter…; pero en muchas ocasiones se trata solo de pensamientos pasajeros, que no se traducen en nada. Querer supone buscar algo y poner toda la voluntad en ese empeño; es determinación, empeño, esfuerzo concreto que no se dispersa.
De ahí que se pueda concluir que desea la persona poco madura y quiere la que está más hecha y tiene más educada la voluntad. La alquimia de los Deseos nos hace perder de vista el horizonte y apuntamos a demasiadas metas de forma transitoria, sin concretar.
Voluntad es determinación, firmeza en los propósitos, solidez en las metas, sin que cunda el desánimo ante las dificultades, sabiendo que todo lo grande es hijo de la renuncia. El que tiene voluntad es más libre y lleva su vida hacia donde quiere.
Su aspiración final es la independencia y la consecución de los objetivos concretos que se ha propuesto. El hombre es perfectible y defectible; puede ir hacia lo mejor de sí mismo y también abandonarse y dar una versión pobre, desinflada, sin aspiraciones, tirando de su existencia como se arrastra un peso muerto.
Hay tres etapas importantes a la hora de poner la voluntad por delante en algo que queramos hacer: primera, saber qué objetivo pretendemos y cuáles son los medios con los que contamos para lograrlo; segunda, lograr la determinación rotunda de que esa pretensión no es algo fugaz, sin consistencia (un hombre capaz de obrar así es como una fortaleza amurallada), perseverando en el esfuerzo, sorteando el cansancio y los avatares de tantas circunstancias como antes o después sobrevendrán; y tercera, la puesta a punto. Solo la voluntad nos determina. Todo progreso personal tiene que contar con este esfuerzo de aprendizaje que la voluntad propone.
El hombre con voluntad llega en la vida más lejos que el inteligente. Y para mí esto es así porque lleva por delante cuatro herramientas claves: orden, constancia, motivación y la ilusión de llegar algún día a esas metas, alcanzando su cima, cueste lo que cueste. De este modo, la voluntad se convierte en una segunda naturaleza, en un ingrediente recio y compacto que se adhiere a la conducta y obra casi espontáneamente, merced a ese aprendizaje».
Enrique Rojas, Tribuna El Mundo. Madrid, 02/01/2008



PREGUNTAS A SOBRE EL TEXTO



1.- ¿Qué significa para el autor educar la voluntad en un niño, un adolescente o un joven?
2.- ¿En qué se diferencian, según el texto, desear y querer? Ilustra con ejemplos de tu propia experiencia esta distinción.
3.- ¿Qué tres etapas atravesamos para imponernos la voluntad de querer hacer algo?
4.- ¿Por qué dice el autor que un hombre con voluntad puede llegar en la vida más lejos que uno inteligente?

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