Un tema interesante, aunque se salga un poco de lo tratamos en clase, es el de si los seres humanos admitiría otras inteligencias que pudiesen poner en peligro su supremacía.
El tema de la supervivencia de la especie humana puede llevarnos a pensar y a reflexionar sobre nosostros mismos.
"¿Cuándo le llegará el turno de extinguirse a la especie humana? ¿Se mantiene la evolución darwiniana -la selección natural biológica- como la mayor fuerza para el cambio o ha sido superada por la evolución social y cultural?"
¿Cómo seremos en el futuro? ¿Qué haremos para afrontar los retos a los que se enfrente la especie?
Un perro de raza beagle llamado Harry pone su nariz en la pierna de su dueña, se dirige hacia la puerta y lanza un gemido. Mensaje recibido: "Quiero salir". Fifi, la gata siamesa, salta sobre el escritorio y guía a su amo hasta su plato de comida, como diciendo "tengo hambre, ponme unas galletitas".
Estos casos domésticos prueban que los seres humanos nos comunicamos a cierto nivel con las criaturas irracionales, come saben los biólogos y etólogos que, para estudiar el comportamiento animal, graban sus sonidos y luego les reproducen la grabación para generarles reacciones determinadas Ahora bien, que seamos capaces de entenderlos al cien por cien o que los bichos hablen entre sí igual que charlamos con el vecino es una cuestión delicada que provoca un apasionado debate. Un sector de la comunidad científica considera la comunicación como una escala que va desde lo más simple hasta lo más complejo y en la que el lenguaje humano ocupa el escalón más alto. Para los seguidores de esta idea, los ensayos con grandes simios que han aprendido a comunicarse con personas prueban que las diferencias entre el lenguaje animal y el humano son más una cuestión de grado que de clase.
Por el contrario, otros expertos creen que el lenguaje es lo único que hace a nuestra especie diferente de los demás seres vivos. Para ellos, el habla es sagrada; es el último obstáculo que se interpone entre el hombre y la bestia, y no tiene nada que ver con la comunicación animal. Por ejemplo, un estudio de 2005 del psicólogo de la Universidad de Wisconsin-Madison Charles Snowdon concluye que "aunque existen muchas similitudes entre los controles del idioma en la región subcortical del cerebro de humanos y monos, no hay paralelismos en las áreas de Broca y Wernicke". En esta línea, numerosos lingüistas definen el lenguaje a partir de características humanas como la creatividad, las reglas sintácticas y la habilidad para usar símbolos abstractos y darles significado en el pasado, presente y futuro.
No obstante, cada vez más investigadores cuestionan esta visión antropomórfica. En la última reunión interdisciplinar Evolang, que organiza la Universidad de Utrecht, en Holanda, se debatió la tesis del lingüista Noam Chomsky de que el habla en nuestra especie emergió de forma independiente, sin tener en cuenta los protolenguajes que pudieran haber desarrollado los simios que nos precedieron en la línea evolutiva. Algunos expertos apuntaron que el primer código lingüístico humano consistió en gesticulaciones manuales y que el modo en que las aves canoras imitan los trinos de sus padres tiene muchos paralelismos con la forma en que los niños aprenden a hablar.
Además, contradiciendo los estudios de Snowdon, el psicólogo Jacques Vauclair y sus colegas de la Universidad de Provenza, en Francia, hallaron que en la región de Broca de chimpancés y babuinos existen las mismas asimetrías en los puntos que parecen ser los precursores de los centros del lenguaje de las personas.
Bebés y monos, con la derecha
Las investigaciones de este experto francés en cognición probaron que el hemisferio izquierdo está más desarrollado en los niños, chimpancés y babuinos diestros. Vauclair también demostró que tanto los chimpancés como los bebés de 11 meses de edad tienden a usar la mano derecha para comunicarse y señalar lo que quieren, y que, en el caso de los niños, estos gestos acompañan los primeros balbuceos del habla.
Por su parte, el biólogo y etólogo de la Universidad de Northern Arizona Con Slobodchikoff ha aportado nuevos datos al debate con una investigación sobre los perros de la pradera Gunnison,Cynomys gunnisoni, una de las variedades de esta especie que existen en Norteamérica. Analizando el comportamiento de tan peculiares roedores, comprobó que son muy sociables, viven en colonias y disponen de un sistema de comunicación que incluye abundante información.
Slobodchikoff y su equipo constataron ciertas variaciones en los ladridos o señales que mandaban a sus congéneres, avisándoles, por ejemplo, sobre si el potencial predador que se acercaba era terrestre o aéreo y sobre su tamaño. También son capaces de distinguir los colores e informar sobre ellos, como prueba el hecho de que emitían un sonido diferente cuando el investigador que realizaba el trabajo de campo llevaba una camiseta azul, verde o amarilla. Al parecer, este lenguaje no es innato, sino que lo aprenden, pues Slobodchikoff observó que cada colonia de Cynomys gunnisoni manejaba su propio dialecto.
Pero ¿es esto un lenguaje verdadero? Si este tiene que tener, entre otras características, significado, productividad -un sistema de comunicación en el que es posible crear y comprender sin dificultad mensajes nuevos- y desplazamiento -capacidad para referirse a hechos u objetos que no se hallan espacial o temporalmente presentes-, los perros de la pradera tendrían, según Slobodchikoff, un lenguaje propio.
Hay que expresarse para ligar
En todo caso, los animales logran que sus mensajes sean entendidos a través de miles de formas diferentes, lo cual demuestra el importante papel que juega la comunicación en la biología. Las criaturas de la naturaleza usan los cinco sentidos para expresarse y hacen gestos con todos los apéndices de su cuerpo y en todas las posiciones imaginables. Emiten comunicados a través del olor; pían, bufan, gritan, resoplan, gruñen o cantan; lanzan señales ultrasónicas y subsónicas, eléctricas e infrarrojas, a base de pulsos de luz o cambiando la pigmentación de la piel; si es necesario bailan, palmotean o hacen vibrar la superficie sobre la que caminan. Desde las luces de los peces abisales y los patrones de color del calamar hasta la compleja vida social de los delfines, el reino animal ofrece un mosaico de códigos de comunicación necesarios para que los individuos de las especies sexualmente reproductoras puedan aparearse.
Muchas veces, los recados se envían de forma espontánea e inconsciente. Cuando llega el momento oportuno, las hembras de polillas, titís y topos usan el olor con una intensidad tan poderosa que son capaces de atraer a un macho que está a kilómetros de distancia o impedir la ovulación de otras competidoras de su especie. Las libélulas macho sobrevuelan a las hembras y las agarran para un encuentro aéreo; el tamaño, forma y patrones de color les comunican su identidad femenina, pero con un pincel y una gota de pintura, un investigador podría confundir al pretendiente. En otros casos, los animales necesitan transmitir sus intenciones de forma más selectiva. Un mensaje estándar sería: "Hola, soy un macho. Reproduzcámonos". Pero como la competencia es feroz, deberá presentar un eslogan más efectivo; por ejemplo: "No sólo soy un macho, sino uno muy bueno". Ahora bien, ¿las hembras escogen en función de la mejor campaña publicitaria?
La importancia del marketing
Desde que Charles Darwin se hiciera la misma pregunta, los expertos en evolución han propuesto varias fórmulas para explicar el criterio de selección de pareja por parte de ellas. En algunas especies, el macho proporciona alimento, ayuda y protección, y la hembra escoge al que mejor la va a proveer, quizá de forma no muy diferente de lo que sucede en la especie humana. Pero en otros casos, él es simplemente un donante de esperma, y ahí es donde la cuestión se complica. La hembra puede elegir en función de rasgos que se correlacionen con buenos genes: el macho con el cuerpo más grande, la voz más profunda o el despliegue más espectacular. O bien decantarse por un individuo más longevo, lo que implica que ha sobrevivido más y puede aportar genes de supervivencia. O tal vez prefiera escoger al candidato de aspecto más saludable, al que baile con más frenesí o al que tenga el plumaje más perfecto. Asimismo, podría inclinarse por tipos dominantes, de esos que son capaces de proteger los territorios más extensos o mejor situados.
En todos estos casos, dicen los investigadores, la hembra confía en la señal que le envía el otro sexo, lo cual podría ser un error en según qué circunstancias. Por ejemplo, los pavos reales: si ellas eligen a los pretendientes que tienen las colas más imponentes, están empujando a la evolución a producir colas cada vez más largas. Pero en algún momento, las plumas alcanzarán tal extensión que se volverán una carga muy pesada para el macho, y lucir un plumaje ultralargo ya no significará que su dueño es un candidato sano, sino más bien un tipo hermoso pero agobiado. Es decir, estaría vendiendo una publicidad engañosa y vacía.
Con el tiempo, las féminas del reino animal aprenderían a identificar los rasgos en los que basarse para escoger novios saludables. Algunos expertos piensan que para que una determinada señal masculina constituya un mensaje fiable, debe suponer un coste para su emisor. Es lo que llaman el principio del handicap. O lo que es lo mismo, sólo los machos verdaderamente poderosos pueden permitirse el lucimiento de cornamentas pesadas, plumas alucinantes o bailes y cantos fantásticos, en suma, de exhibir despliegues caros. Los ejemplares con atributos baratos son peligrosos porque podrían aportar genes de saldo, y por eso las hembras buscan la llamada, el baile o las plumas de lujo.
Los más mentirosos de la fauna
Aun así hay sujetos que se las ingenian para hacer trampa y emitir comunicados erróneos no sólo en el amor, sino en la guerra o en la vida social. El frailecillo es una pequeña ave que anida en los acantilados, expuesta a los depredadores. Cuando un potencial enemigo se acerca, en lugar de congelarse o salir despavorida, levanta un ala lastimosamente, como si estuviera rota, y camina rápidamente, lo justo para mantenerse fuera del alcance del intruso. Una vez que lo ha guiado lejos del nido, ¡oh, sorpresa!, el supuesto herido eleva el vuelo como el Ave Fénix y regresa a su rincón familiar.
Este tipo de tretas no son exclusivas de especies con cerebros relativamente complejos como los de las aves. Las luciérnagas son protagonistas de un fascinante drama de impostura digno de las novelas de misterio. El macho emite un patrón específico de pulsos de luz con un órgano especial situado en su abdomen, luego observa si la hembra le manda la respuesta apropiada y, en caso positivo, se acerca para aparearse. Pero el Don Juan podría llevarse una desagradable sorpresa al arrimarse a esa bombilla tan seductora, porque existen hembras depredadoras de algunas especies de luciérnagas que copian las señales luminosas de otras para atacar y comerse a los novios desprevenidos. Así, aunque las luces más ostentosas proporcionan a las luciérnagas masculinas una ventaja evolutiva en lo que se refiere a la atracción de las hembras, también presentan el efecto adverso de que atraen más fácilmente a depredadores.
Cuesta imaginar que un insecto sea consciente de que está recurriendo a artimañas, pero hay ejemplos entre los simios que no dejan duda de que lo hacen con plena consciencia. En su libro La política de los chimpancés, el zoólogo y etólogo holandés Frans de Waal describe situaciones en que diversos individuos de esa especie de simios a los que estudió en el Burgers' Zoo, Arnhem (Holanda), actuaron con intención de engañar. Por ejemplo, un chimpancé llamado Yeroen comenzó a cojear visiblemente tras resultar herido en una pelea con su congénere Nikkie. Pero, tras observarle atentamente, De Waal y su equipo descubrieron que Yeroen sólo renqueaba cuando estaba dentro del campo de visión de Nikkie. En cuanto doblaba la esquina, el cojeo desaparecía como por arte de magia.
(Revista Muy Interesante, Agosto 2010
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